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Viernes, 10 de marzo de 2006
 
EDICIÓN IMPRESA
MUSICA
El fino encanto de la Motown
Kim Weston, una de las pioneras del mítico sello discográfico de Detroit que revolucionó el estilo afroamericano en los años 60, actúa por primera vez en Valencia
Kim Weston, ayer al mediodía en una calle céntrica de Valencia. /josé penalba
Kim Weston, la que fuera durante muchos años ‘voz’ de Marvin Gaye en la Motown, el sello discográfico por el que pasaron Diana Ross, The Temptations, Four Tops, Jackson 5, Stevie Wonder o Lionel Richie, ha visitado por primera vez en Valencia.

La cita previa al concierto de anoche en el Loco Club fue a mediodía, cerca de un centro comercial. Kim Weston se afana en presentar a su banda –cinco músicos bien curtidos que extienden la mano consecutivamente antes de sumergirse en el ascensor del hotel– y luego le pide dinero a su mánager para, ya a solas, preguntar en un americano híbrido de Detroit –ciudad natal–, Nueva York –ciudad de trabajo– y California –donde vive–: “¿Me acompañas a comprar unas medias?”.

Y allá que ambos fuimos entrando y saliendo de tiendas de moda y lencería. Porque Kim Weston es cantante, pero también mujer. Se detiene en todos los escaparates. “¿Ves esas zapatillas?” –pregunta señalando unos pares de francesitas estampadas en purpurina– “así son las que utilizo yo para subirme al stage ”. Da media vuelta y tira correosa del brazo como niño con ganas de ir al urinario. “Me gusta mucho el ritmo de vida en Valencia, la gente no vive tan estresada como en Nueva York”, dice mientras salimos de la tienda definitiva. Un par de medias marrón chocolate y... ya que estamos, unos pantis con atrevido diseño.

“En la Motown éramos todos una familia. Y eso ya no existe en la música de hoy. Nadie era consciente entonces de que hacíamos historia”, confiesa con nostalgia. Le enseño Discos Amsterdam, tienda especializada en música en Valencia. Justo en ese instante suena un disco suyo. Estas cosas ocurren. Juan Vitoria, dueño y gurú musical, no da crédito cuando la ve entrar. Le ofrece una reverencia. “A una esto le llena más que cualquier concierto”, me susurra al oído.

De vuelta al hotel me habla de su relación con Dios. Le pregunto si acude a la Iglesia. “La Iglesia está en mí”. Me suena a justificación. Ella lo percibe, así que añade: “Esto ha de ser uno mismo con Dios para ser mejor persona”. El mánager extiende la mano y ella le devuelve calderilla. “¿Pero no eran sólo un par de medias?”, le pregunta. Ella me sonríe.